Miami Vice

Mientras la mayoría de cineastas se avergüenzan de la imagen digital e intentan transmutarla en celuloide en un acto de nostalgia cobarde, Michael Mann disuelve su cine en el ruido digital. Algo que me encanta de él es que siempre toma decisiones de puesta en escena inesperadas, encuadres sorprendentes que encajonan a los personajes uno dentro de la silueta del otro, en los extremos de la imagen, pero siempre sin que haya una expectativa para esa decisión. Es un director muy fragmentario en la composición del plano, mucho más cerca yo diría al cine de acción de Hong Kong que a sus contemporáneos – Brian de Palma, Paul Schrader, William Friedkin. Hay una anarquía aparente en su cine, pero al volver a ver sus películas todo encaja mejor y mejor, y cada decisión, que en un momento pudo parecer arbitraria, ahora parece casi evidente, como si se rebobinara el caos y acabara quedando una línea de pensamiento perfectamente inteligible.

Miami Vice, como casi toda su filmografía, trata sobre la imposibilidad agónica del amor, aquel que queda arrebatado en el último momento. En sus paisajes distorsionados por el ruido se desarrolla tal vez su historia más triste, pues Heat era una película en la que la fe permanecía hasta el último momento, donde finalmente se quebraba. Manhunter y Thief pertenecían a una época donde el optimismo de sus imágenes se transmitía a cada capa de la película y Collateral fue una obra tan cerrada que no permitía otra posibilidad que el reencuentro. Sin embargo, Miami Vice parece la más nihilista de todas. No se conoce de los personajes nada más allá de su trabajo, apenas tienen sueños, motivaciones, y cuando el amor se presenta no se hace en términos de esperanza sino de forma aciaga. Ni Sonny, ni Rico, ni nosotros ya de paso, tenemos confianza alguna en la pervivencia del amor y por eso las típicas escenas en la que la mujer del policía le reprocha su ausencia y su temor por el peligro del trabajo – como ocurre en Heat – aquí son inexistentes. Cada personaje asume su destino y lo lleva hasta las últimas consecuencias. No hay pausa, no hay respiro, no hay nada más que thriller. La película acaba con Sonny volviendo al trabajo tras despedir al amor de su vida. Otro día más, como si fuera una serie, solo que en este caso ya no lo es. Los personajes desaparecen y a mi se me queda cara de gilipollas pensando en que nadie lo ha vuelto hacer asi, y sobre todo, que es muy triste que nadie lo haya vuelto a hacer así. A lo mejor hemos perdido la fe en la imagen, pero por suerte Michael Mann no lo ha hecho.

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